El chiste es que yo seguí y seguí: más me lo quitaban; más me adentraba. Pero, vuelvo a repetirlo, sí me atonté mucho porque Javier me hizo un robadero. Cuando le dejé el mandamás a Lupita, yo le daba para los dos peones, cada peón ganaba mil pesos cada ocho días. También componía las dos troquitas que teníamos, para subir agua (ya nada más queda una), pero luego comencé a enfermarme. Pero para eso, yo creo, todo se me ha juntado: mis hijos empezaron como a echarme en cara:
-Nos hiciste músicos.
-Pero hijos, así se mantienen, -no pero que quién sabe qué.
Además los hijos, por lo regular, más están de acuerdo con la mamá y la mamá: "que no, que quién sabe qué. Aunque eso fue antes de que yo empezara el templo. Un día agarré mi guitarra… y llorando me salí de aquí de mi pueblo, hasta le escribí una canción:
Con un dolor muy adentro,
que hiciste el intento
me fui a aventurar,
en la central de mi pueblo
me dio por llorar…
Me fui para Laredo con un grupito de aquí de los famosos Buitres, les dije:
-Denme la pega, para salirme de aquí.
No pos me fui con mi guitarra, allá me la pasaba a todo dar, allí duré medio año, un año, pero ya para entonces mi Santa Madrecita se empezaba a enfermar y para la de malas: tanto que le batallé, para pasar al norte. Me hicieron un robadero, hasta que un día se me hizo pasar. Allá tenía yo un hermano. Tenía veinte días allá y cayó bien enferma mi Santa Madre, me dijeron: "Te vienes, porque tu mamá ya está en el sanatorio Celaya". Y dije yo: "Si no me voy, jamás voy a ver a mi santa madre, pero tanto que batallé para pasar… ¡Me vale fregada! Me vine y ya vi a mi santa madre morir. Cuando llegué al sanatorio me dijo:
-Ay, hijo no me puedo ir, te estaba esperando, hijo. No vayas a dejar a Queta, no vayas a dejar a tu mujer, no vayas a dejarla.
-No, jefa.
Y yo sí pensaba dejarla, por todas las situaciones que ya había pasado y vivido, pero más bien obedeciendo el juramento que le hice a mi santa madre, pues a lo mejor me estaba yendo un poco bien. Luego del funeral regresé, me gustó, me empezó a gustar. Pero ya no pude pasar, me fui por Matamoros, por Piedras Negras. Me mantenía con mi guitarra, me salía por las noches; había menos peligro. Me echaba unas de José Alfredo y pues sí me salía para vivir, aunque desvelado. Sí llegué a ver que se agarraban a balazos, yo mejor le corría, si yo no buscaba eso, sino chambear.
Y cuando caí a Laredo me empezaba a ser feliz; encontraba amigos y hasta encontré uno que tocaba el acordeón. A él lo echaron de su grupo y se juntó conmigo. Ya empezaba yo a ser feliz, pero tenía este juramento. Dije que voy a hacer el templo y lo voy a hacer y me decían: "Pues, ¿para qué quieres eso?", y un día dije: "Vayan a la fregada" y ni adiós les dije agarré mis cosas y pélale. Pues cumplí con lo que al señor le había prometido, estoy cumpliendo con lo que a mi Santa Madre también le juré y ahí vamos. A ver qué Dios dice. Me siento muy contento de haber sido su trabajador del Señor que me dio chance de todo ello. Nunca le había dado yo nada, pura lata, pura lata, borracho, parrandero, jugador y lo demás.
En algún momento me junté con mi mujer de vuelta y ahora pasa que ahí estamos. Mis hijos me echaban mucho en cara todo y ahora, que también empiezan a tener su familia, ya le bajaron. Dice la palabra esa: "a lo mejor ya sienten pasos en la azotea".
Le decía yo que a doña Lupita le daba dos mil pesos para los peones, eran un peón de noche y otro de día, le echaba gasolina al carro, componía las trocas. Todo del dinero que yo ganaba y de lo que pedía. Ya después hasta se me quitó lo borracho, el amor que yo le sentí a mi Señor, trabajar, echarle ganas. Decía: "Señor, si yo nunca te he regalado nada, voy a tatar de ofrecerte esto, aunque cuando acabe el templo me muera". Entonces se me agravó un mal de orín, que empecé a padecer desde que era bien borracho. Me daba y me hacía chillar. Di con un doctor en Celaya, me dijo, luego de unos análisis que estaba yo muy mal de la próstata, que tenía muy avanzado el cáncer y que tenía que operarme. Yo por eso sentía caliente, caliente. Yo dije: ¿También esto? Pagó la operación un hijo que tengo en el norte, que sí me quiere, dice, pero no puede pasar para acá. A mis demás hijos fui a decirles y me negaron toda su ayuda. Me operaron pero no me quitaron el mal de orín. Luego fui a ver doctores de aquí y ninguno, al final creo que tengo amiba o parásitos, pero la medicina no me hace, me curo con epazote, ajo, me hago mi cocido y en la mañana como que siento que se me están saliendo los gusanos, entonces me mermó mucho el mal de orín.
Pero volviendo a doña Lupita, ella quería que yo le siguiera dando dinero, le expliqué que ya no tengo. Entonces ya no le daba nada, le dije:
-Mire, doña Lupita, ya las trocas ahí están, no están muy compuestas, pero usted tiene mucho empleado que sabe manejar, dígales.
-Pero es que usted debe de llevar algo.
-Ya no puedo, señora.
Pero me dijo que le iba a decir al padre, y no sé quién me lo echaba andar. Ya ni me habla, ni le hablo. Sí debo hablarle porque es mi patrón, pero un día me dijo:
-No, don Abel, por ahí me dicen que usted es un impostor, un sinvergüenza.
Un día de los filarmónicos ahí voy con mi flauta a tocarle, pues me regañó. Mucha gente me ha echado a andar a los padres, dicen que vengo bien servido ¿Pues de dónde? Harta gente que tengo yo en mi contra
Y sí tiene uno enemigos, porque me acuerdo yo que trabajaba y acababa bien cansado. Un día ya para irme para mi barrio, a una bicicleta mía que tenía le metieron alfileres, hartos alfileres para que si me subía me quedara ahí yo pegado. Estaban bien acomodaditos. Pero yo digo mi Dios sí me quiere, el que no me quiero soy yo porque no me he enseñado a obedecerlo. Pero una persona los notó y me dijo:
-Oye, ¿por qué tu bicicleta tiene tantos alfileres, bien acomodaditos?
Al sentarme iba a quedar pegado, o a lo mejor estaban como envenenados. Pero sucedió que ese día adrede alguien le sacó el aire a las llantas, no me subí porque ya no tenía nada de aire. Por lo mismo yo sí creo en los milagros, el señor me sigue queriendo aunque no sea bueno, bueno nunca lo seré, pero sí quisiera haber sido bueno para poder algo llevar al a mirada de Él.
Sigue caminando el tiempo y doña Lupita dijo: "Voy a decirle al padre que usted quién sabe qué" y ya el padre me regañó, me dijo:
-Ya no lo quiero ver con esa alcancía, porque si lo vuelvo a ver le voy a echar a la policía.
-Pero padre.
-No, ya dije ¡ya!
Ya no le hago, yo creo, estómago al padrecillo, no me quiere. Pero es la gente que me lo echa a andar. Otro que también se portó igual, era muy especial conmigo, fue el padre Briones, porque cuando se fue el padre Toñito, el padre Antonio Lara, dejé dinero en la caja y me dijo:
-Mira, aquí están las escrituras, también está lo que has juntado.
Con el padre Galván me llevé muy bien, no platicamos mucho pero me quiso mucho también, el padre Lucho, ay era una eminencia, el padre Toñito, el padre Vicente, otros no, pero como yo me he dicho: Sintiéndome yo católico todos son mis pastores.
También me ayudó el profe Doro, cuando ya estaba de presidente y el mero fregón de fiscalización era Alfredo Leal. Alfredo me dijo:
-Mira, a visa de que tú finques, me vas a dar nueve mil pesos.
-Pero, ¿de dónde te voy a dar eso?, si no junto mucho, ¿nueve mil pesos?
Tres veces fui a verlo y me lo negó, me fui con el profe Doro y el profe Doro le dijo:
-¿No te dije que le dieras el permiso ya?
-Pero es que no ha dado nada.
-Dáselo, ándale ya.
Sí hizo mucho el paro el profe Doro. El señor Paco Ramírez también, me daba de a quinientos, él me ayudó mucho, mucho. Es que digo bien yo esta palabra: "Gracias a Dios: mi pueblo, yo nomás trabajé y seguiré trabajando". Porque que yo no digo que yo. No. A mí me nació: más me lo quitaban; más me encaprichaba.
Pues ahí corrió el tiempo, como le digo, y sigue corriendo. Ahora chambeo con los que me invitan por ahí, todavía uso la imagen y a veces la tengo ahí, porque todavía hay gente que le echan, echan poquito, pero más lo que yo le echo de ganas y discos que vendo. Mis disquitos me los maquilan en diez pesos con mis grabaciones. Si veo que una persona le echa veinte pesos le doy un disquito; si me dan un peso pues no sale lo del disco, aunque si me dan seguido sí les doy también su disquito. Algunos que preguntan: "¿Cuánto cobras con tu mariachi?", les cobro barato pero de todos modos ahí tengo mi imagen, y eso algunos lo toman a mal, pero ¿de dónde? Ahora ya de mariachi no puedo echarle, como más antes estaba joven y nada débil. Allá en México era bien luchón, en Garibaldi, ahí era bien luchón.
Cuando empezamos en el cerro estaba nada más una cruz, primero levanté el puro cuartito, luego Portillo, el presidente, me dio casi todo el techo del templo, me dio sesenta y seis bultos, nada más que tenía el trabajador ese que les dije, ese carajo se llevó dos bultos, tres bultos me llevó mucho al baile con el material. Por otra parte, ya ve que en una parte metimos un cuartito que fue la sacristía, luego el templo, luego para acá el comedor y para acá unos baños. Cuando entró doña Lupita, todavía estaba yo allí, hicimos el comedor de abajo, pero para eso me decían que arreglara los pedazos de terreno más para acá, me decían que arreglara, pero yo pensaba: ¿Pues ahora con quién? El chiste es que yo nada más hice las escrituras del patio. Y luego me volví a llevar a don Reyes allá arriba:
-Don Reyes, ¿por qué no me regala también esos pedazos para abajo?
-Si quieres te regalo también para abajo
-¿Sí me lo da? -le pregunté.
-Sí -me contestó muy formal.
Yo estoy re contento, aunque hay mucha gente que me dice:
-Oye, ¿Por qué le dejaste eso a Lupita?
No, no, ella le está echando ganas y va avanzando. Para mí ella es la que decide para dónde y qué más. Pero yo, antes de que me fuera quisiera ver ahí como un cristo Rey. Varias personas de las que han ido, dicen que están en eso de la estatua.
El camino también lo hice yo, le metí para que revivieran las piedras. De la colonia Santa Lucía para arriba le metí gente. El camino para los carros también le metí máquina. Todo eso. Me acuerdo que al dar vuelta así para arriba, un señor que andaba de coscolino con su familia, me dice:
-¿Y tú que andas haciendo?
-Pues ando arreglando el camino para el templo.
-¿Y tú por qué? ¿Que eso no es de la presidencia?
-No -le digo- es que por aquí va a pasar el camino, vamos a arreglar este camino, a componerlo porque por aquí va a subir el carro a ver al Señor de la Misericordia.
Pero no me lo podía quitar de encima. Dije yo para mí "Pues ahí piensa lo que quieras, con permiso" Y una señora que me reclama, que porque atravesé su pedazo y que no le pedí permiso, me daba miedo encontrarla porque delante de la gente me pregoneaba, pero dije entre mí: "Me vale, ya lo bueno es que todo fue para el templo… si me pasé de listo, si abusé, pues no era para mí". Igual cuando me dicen "¿¨Por qué le dejo el templo?". Yo la dejé a ella y ella verá; si le sirve al Señor ella verá; si se sirve ella, ella verá. Yo lo que quiero es la clemencia, el dinero allá, aquí no quiero nada aquí nada más quiero que me tenga Dios Misericordia, me dé una muerte dichosa, no renegar y vámonos.